Y todas revoloteaban
delante de un gigante rompecabezas,
cuyas piezas eran amarillas, verdes y naranjas.
Algunas se detenían luego en unas columnas,
otras en las ventanas,
que por sucias el sol ponía al descubierto.
Esas que revoloteaban eran muchas,
calladas.
Llevaban vestidos de color rojo y negro.
Y si dejabas abiertas las ventanas
podían entrar en tu casa.
Ya dentro de tu casa
oías castañuelas frágiles,
que paraban de sonar
apenas caía el telón del sueño.
Natalia Lévano Casas
Heidelberg, 22 de octubre de 2015