De noche.
Los mundos,
un mundo.
De pie,
dentro de un espacio,
en un círculo no trazado.
Atento.
Tú, dentro del círculo ya mentado.
Y poco a poco
comienzas a hablar sonidos
uno por uno,
uno por uno,
dos, tres, uno.
Miras a todos tus compañeros
son de cariño,
de madera
son de tela
y de metal.
Escapas de todos los instrumentos
por un instante.
Rompes el círculo anterior
escapando con una pandereta
hacia el centro de todo.
Un silencioso corte, y
desvanecen los círculos
llueven más sonidos.
Las cuerdas son guitarra
Los golpes son tambores
Y las palabras: susurros.
Mas otras cuerdas ahorcan de repente toda posible alegría.
Cuidadosamente entras en el círculo otra vez.
Un micrófono se arriesga a bailar
Dos bailarines discuten bulliciosos,
¿son acaso actores?
Sus palabras callan las cuerdas y los golpes.
Tú esparces una calma paternal.
Tú escarbas pequeños mundos
desde un rincón.
En un momento saltas a la India,
y una mangera nos trae diferentes sonidos.
Cajón y palmas invaden las tablas,
piernas y brazos en el aire.
Piernas y brazos en el suelo,
ellos trazan líneas perpendiculares
trazan círculos.
Trabalenguas de guitarra.
Mientras un cencerro se derrite en el agua.
Una mano fina
devuelve el cajón peruano a tu rincón.
Y una vasija soleada intercala en pequeñas olas
sonidos de agua
y silencios de sed.
La palma de tu mano toca el agua,
tus manos entreabiertas
dejan caer líneas paralelas de agua.
Líneas de agua.
Líneas de agua,
líneas de agua,
líneas de agua.
Unas cuerdas movedizas las acompañan
tú. de espaldas a nosotros:
tu publico.
Te comunicas con tus amigos del círculo
trazado secretamente entre tus amigos y tú
del sóstenme como obligación en una de las parejas de baile,
al baile ligero, libre y loco del grupo
y tú te mueves hacia todos los instrumentos.
Te despides.
Ahora los sonidos los trae el público.
Mis aplausos entre ellos.
Afuera la noche tiembla de alegría.
Natalia Lévano Casas
Heidelberg, 6 de enero de 2016