Nuestro edificio
Te acuerdas de que te conté sobre unos gritos casi guturales que de vez en cuando durante el día aquí se escuchan. Los descubrimos durante la pandemia donde todo era más sonoro en nuestras casas. Aunque seguro que eran anteriores a ésta. Ahora ya no se escuchan desde hace unas semanas. De todas maneras, en este edificio, casi nunca se escucha nada, salvo los sábados, y a veces los domingos cada vez que una mujer reprocha severamente a otra persona durante unos 15 a 20 minutos. Se escucha solo la voz de esa mujer. Mi hijo no la ha escuchado hasta ahora. No se entiende lo que dice, pero suena como una avalancha de amonestaciones.
La semana pasada cuando iba a Múnich por unos días, una vecina polaca me preguntó en el bus si me había enterado de que uno de nuestros vecinos había sido encontrado muerto y que la policía había sellado su departamento para las investigaciones del caso. Ahora creemos saber que el vecino que emitía esos sonidos era el que murió en la casa sellada.
De vez en cuando escuchábamos otro sonido en la calle, la voz de un niño imitaba siempre a la misma hora cuando llegaba del colegio, el sonido de la ambulancia y de los bomberos: tatú, tatá, tatú… Este sonido se escuchaba antes de la pandemia y después de ella; siempre a la misma hora. Ahora ya no se escucha esa voz infantil, tan igual siempre. ¿Qué será de él? Dicen que está en un Kinderheim. El Kinderheim es una casa que cuida a niños que no tienen padres o donde los padres no se pueden ocupar de ellos.
También había una mujer que vivía en este edificio y que pasaba siempre antipática con sus cajas de Coca Cola y sin ningún hola. Ella desapareció ya un tiempo atrás. Unos vecinos me contaron que ella está con un grupo de nazis. Ella es la mamá del niño que emitía el sonido de la ambulancia y los bomberos todos los días. Esos días al niño solo lo acompañaba su papá. Su papá era el que fue encontrado muerto.
Todos los días, desde que nació el niño, se esforzaba su papá en llevarlo a todas partes. Iban juntos de compras, iban al parque de los pequeños, en sus hombros subía por el camino que da a nuestro edificio.
De un tiempo a esta parte se le veía muy mal al hombre. Iba adelgazando. Adelgazaba lentamente. Después se le vería con una muleta. El niño ya no estaba con él. Ya se lo habían llevado, sabiendo quizás que el departamento donde vivían era inhabitable. El papá padecía del síndrome de acaparador compulsivo. De eso me enteré cuando le pregunté hace 7 meses a una vecina que quién se había muerto; ya que iban bajando miles de cosas por el ascensor. Meses antes había muerto un señor mayor, un ruso, lo que bajaban eran muchos libros y diccionarios suyos y algunos muebles, pero nada olía tan mal como las cosas del señor del síndrome de acaparador compulsivo. ¡Cómo podrían haber vivido allí! No lo sé. La mamá nazi y el papá acumulando objetos. Lo más extraño es que los abuelos que viven en nuestro piso casi nunca atendieran esa situación o quizás sí habían intentado ayudar. La abuela del niño más bien vigila siempre quién limpia o no: el pasillo y las escaleras.
Ya no se escuchan los gritos ni el tatú tatá.
Heidelberg, 11 de marzo de 2023