Y
acabo de llegar de otra ferretería más, en realidad fui a pasear un poco.
Primero fui a una ferretería a comprar una rejilla para dos sitios de la casa.
Mi hermano, según lo que él midió, dijo que la rejilla tenía que tener dos
centímetros de radio. Pues en la ferretería me dijeron que la más chica era de
dos pulgadas, y que esa era una medida universal. Sí pues, lo que es universal
no significa que sea adaptable en el Perú. La rejilla no le da, y me dijo que no
podía cambiarla, bueno cuatro soles por la rejilla, es decir al tacho. ¡Y yo
confiada en la universalidad de mi país!
Después
fui en busca de nuestro japonés de la niñez, sitio a donde íbamos encantados
con mi madre, pero no sólo por las graciosas cosas que vendía, sino porque
conversaba de política y cultura con mi madre, también con mi abuela, y porque
era un japonés enorme, guapo y delgado, una especie de Toshiro Mifune con una
bella voz. Me dijeron que hace tiempo no abre Tami (Tamicha). Me dio una pena.
Regresé
entonces por la avenida donde hoy hubo un incendio y veo un enorme charco de
agua en la pista, creo que es lo que más me animó, ver tanta agua aquí, así, en
cantidad, es difícil. En el charco se veían reflejadas las casas apegadas de uno
de los cerros, y unas casas coloridas de la Av. Alcázar. Bonita imagen que
hubiera inspirado a un Tarkovski peruano o a mí para una foto.
Después,
al llegar a mi calle, iba lentamente por ella, veo a dos niños cerca de nuestra
casa. Los dos jugaban un poco con la tierra amontonada delante de la casa de mi
prima. Les pregunté qué era lo qué hacían. Me enseñaron una enorme rana, nunca
había visto una rana tan grande. Los dos niños, sobre todo el que llevaba la
caja donde estaba la rana tenían unos enormes ojos negros, hermosos. El de la
caja me dijo que habían encontrado la rana en el Parque del Avión, yo les dije
que la llevaran a su sitio porque podría morir. Ellos me dijeron que no era
brujería, y además que la rana tenía una verruga. Les dije : ¡Claro que no es
brujería! Seguro una de esas doñas cucufatas que van por allí ya habían
asustado a los niños con sus amenazas. Y sí, escucho algunas voces altas,
brutas con los niños. Triste, pero es así.
Después
fui otra vez paseando y regreso a un sitio de aretes y aros, el vendedor me
dijo que yo no era de aquí, y yo le dije que sí, que era rímense, pero que no
vivía aquí. Charlamos un poco, sólo que dijo algo que no es cierto, dijo que
desde que Metro no está, y está Plaza Vea todo había cambiado en el Rímac. Lo
que sí sé es que mi calle huele todos los días por la noche a anticuchos y eso
cansa. Cansa también escuchar a las seis de la mañana al gimnasio de la
siguiente cuadra, y por la noche escuchar los " vamos, arriba, sí,
etc.", pero también ver las luces tipo discoteca. Cansa también ver a la
gente que tira sus papeles por la calle. Pero ahora estoy aquí en el comedor de
nuestra casa, sentada, y veo los montones de frutas delante de mí y me alegro
un montón.
Natalia
Lévano Casas
Rímac,
Lima, 12 de enero de 2017
En el Mercado de frutas del Rímac |
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