En el bar de mi hermano*
Días de
artificiales esquinas, de sinsabor, donde ríen algunos con los euros que
tienen. Y otros dicen hacer lo que quieren, y esperan tener unos euros para
hacer algo de lo que quieren y gritarlo a voces. Una baila desinflándose delante de unos tipos.
Los tipos la miran. Desfiguración total de lo que podría ser, y nunca será. Se
mueve esa con un baile en la tele de turcos que parecen hechos en Televisa o América Televisión, una
música de las de fábrica. Tres cervezas en la mesa, mis tres acompañantes me
dejan de lado para arreglar sus asuntos de vida: Algunos lejanos, algunos
cercanos y algunos por venir. Me sentía debilitada por los besos que rechazaba,
y me dieron ganas de vomitar por tanto plástico. Tengo una especie de alergia
al plástico nuevo y al espíritu plastificado. Ese día me sentí debilitada porque pensé que el
cantar de uno de mis acompañantes era un pegajoso cantar para
sonreír un poco y disfrutarlo, pero no. Esa noche vi al mundo más de cerca y
pensé que se iba mi tiempo, más rápido que nunca .
Natalia Lévano Casas
Heidelberg, 14 de agosto de 2017.
*El título de este relato se debe al dueño del bar. Él me dijo que desde que entré, creyó ver a su hermana entrar
por la puerta del bar. Él es de Turquía, es alto, yo soy del Perú, soy alta.
Del techo de la Catedral de Speyer.
Foto de Natalia Lévano Casas.
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