Llegaste tarde,
venías sonriendo,
no dije nada.
De repente comenzaste a disparar ráfagas de alegría
para esparcir mi tristeza
en los queridos mini mundos de tu palacio.
Cerca de tus jardines,
nos esperaba el agua,
y una banca nos invitaba al reposo,
una niña lograba que el agua vuele
y una luz quería ver tu otra cara.
Pasos más tarde:
los helados, la calle y un simpático sastre
cosían con delicadeza un mundo perfecto.
Y al alejarnos dijeron: " buena suerte "
en tu querido idioma.
Después, otra banca nos volvía a acoger,
y la frágil noche me dejaba ver tu rostro.
Natalia Lévano Casas
Heidelberg, 5 de septiembre de 2011
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