Freitag, 20. Juli 2018

Entre calles

Llegué unos minutos antes de que cerraran una oficina del teatro de Mannheim. Llegué porque me habían dicho que podía recoger un libro. Ya antes de subir a la oficina quería ver con calma ese verdor estancado en el cemento. Me dije sin embargo que después observaría con detalle este verdor y que primero tenía que ir por el libro prometido. Yo sé que no es lo mismo ver que filmar, pero como no todos pueden ver esto, lo filmé. Aunque tampoco es que filme todo lo que veo, ni tampoco tomo fotos a todo ni a todos. Esta vez esta verde alfombra es el comienzo de un día caluroso y variopinto.


Mientras tomaba las fotos con mi celular me di cuenta que salía una decoradora del teatro que conozco desde hace dos años. Ella salía cansada, me comentó del demasiado trabajo que tiene en el teatro. Se detuvo unos minutos sin embargo porque me vio concentrada en el verdor, no quería romper esa boba y lenta acción mía a pesar de lo estresante que fue su día. Me dijo que tuviera cuidado porque debajo de esa alfombra verde se veían a veces muchas avispas. Se quejó de su trabajo y me dijo que así no se podía continuar en el teatro, que necesitaba mucha ayuda y que sola tenía que hacer mucho.  Nos despedimos y le prometí que la próxima vez en alguno de los estrenos le llevaría Inca Kola, la bebida de sabor nacional (gaseosa peruana) que a ella la vuelve loca, a mí no.


Todas estas fotos las tomé delante de las oficinas del teatro (Nationaltheater Mannheim), y delante del teatro más pequeño que se llama Studio.


Felizmente que yo ya estaba en Mannheim porque tenía después que ir a ensayar otra vez en el teatro, pero en otro local, más lejano al gran teatro. Llegué una hora antes al ensayo. Me senté a dos metros de ese tacho de basura que ven en la foto de abajo y que lleva una calcomanía del AfD (Alternativa para Alemania). Creo que no necesito aquí hablar sobre ese partido político.

R4, Mannheim
El momento, mejor dicho, los momentos que esperé sentada cómodamente hasta que abrieran, me gustaron. Felizmente tenía la sombra encima de mí. El calor y mis pedaleos incansables habían hecho pesado ese día. Ahora estaba dispuesta solo a observar, a mirar a cada uno de los que pasaran por allí, a observar cada esquina. Después de todo yo estaba en una de esas cuatro esquinas.
Primero pasó delante de mí un hombre muy sano, parecía normal, con short y con un bivirí, todos no tan baratos. Llevaba una bolsa de hombro muy bonita, de cuero. La bolsa hacía sin embargo que se le viera la línea del poto. Iba tan campante, creo que no se dio cuenta. Quise tomarle una foto pero reaccioné muy tarde. Pensé además, qué pasaría con él si estuviera caminando así por Lima. Después de ese breve capítulo de streptease corrían por la acera de enfrente padre e hija, africanos los dos. Los dos cruzaron la calle con la velocidad máxima de cada uno, con la alegría máxima de cada uno. Él papá era más rápido. Desaparecieron en la calle, yo no me puse de pie a seguirlos.
Poco después pasaron otra vez de regreso. De repente vi que unos billetes se le escapaban de las manos al padre, el billete de cien euros llegó incluso a estar a un metro de distancia de mis pies cansados. Les dije a los dos que el dinero corría más rápido que ellos dos.
A ese tacho de la calcomanía del AfD de arriba vino poco después un hombre a buscar botellas para poder con el retorno de los envases tener algunas monedas. El hombre tendría unos 45 años, se le veía sereno en su labor. Lo malo es que llevaba unas botellas de vidrio en dos bolsas de papel. Comencé en ese momento a buscar una bolsa de plástico en mi mochila para poder ofrecérsela, pero no encontré ninguna. Al andar unos dos metros se reventó una de sus bolsas y con ella cayeron varias botellas de vidrio. Varias se rompieron. El hombre juntó todos los vidrios en una de las rotas bolsas de papel. Después vi que sacó una bolsa de plástico y metió las que se salvaron de esa caída. El hombre se fue tranquilo, e incluso dijo que eso siempre puede pasar.
Unos minutos más tarde llegó otro tipo a sacar botellas del mismo tacho de la calcomanía. Le advertí que tuviera cuidado con los vidrios, le conté lo que había pasado, pero el tipo me miró fijamente y con una seriedad de "no te metas". No dije nada más. Al teléfono estaba mi amiga berlinesa a quien le conté el caso. Me dijo que ella también juntaba botellas, a veces, cuando había no sé qué en la RDA, cuando era pequeña. No le entendí bien porque la gente comenzó a llegar. Sin embargo los dos que llegaron se fueron a comer algo, entonces seguí tranquila sentada, observando.
Los barberos, o en realidad los peluqueros para caballeros (no sé si la traducción del nombre en inglés sea exacta) estaban aburridos en esa esquina hasta que pasó una chica, ellos reaccionaron como muy machitos a los segundos después de verla. Salieron de la peluquería y uno de ellos salió de la peluquería para hombres y la siguió con la vista. Los otros se quedaron dentro. 
Después me quedé en el ensayo, aunque con el calor que hacía no tenía ganas de ensayar, pero hacía mucho rato que no había estado allí. Después, uno de los autores del teatro, se quedó a hacer un taller de escritura. Aunque solo tenían que quedarse 5 personas que antes le habían enviado un texto. Al final y para mi alegría se podían quedar más personas, todos los que quisieran. Para mí fue genial porque de todas maneras estaba escribiendo lo de la esquina del tacho con la calcomanía. Dos de las tareas fueron interesantes, una fue escribir lo que uno quisiera en 8 minutos, escribí algo de lo que vi mientras esperaba a que llegaran todos. La otra tarea me costó más porque traté de escribir desde el mismo lugar algo sobre los estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa. Pausaba todo el tiempo, dejando el lapicero de lado. Mi escribir esta vez no tenía ninguna fluidez. No podían ser como las historias cortas de arriba lo de los 43 estudiantes de Ayotzinapa.

Ya al tomar el camino de bicicletas hacia mi estación de trenes favorita me acompañó el sonido de miles de grillos por un espacio de media hora. Y ya llegando a una parada central de tranvías no se escuchaba más a los grillos. Lo que sí captó mi atención al casi acabar el día fue un hombre mayor que iba con una bicicleta y sus ruedas de apoyo. Quise seguir su ruta, pero no lo ubiqué hasta el día siguiente en otra ciudad y de casualidad.
Delante de una pastelería en Heidelberg.
Natalia Lévano Casas
Heidelberg, 20 de julio de 2018.

Sonntag, 15. Juli 2018

La parada

En las paradas del bus a veces aparecen desórdenes, a veces causados por una mano, a veces por la lluvia, y otras veces por el sol o la nieve. Subo dos de mis fotos en dos paradas de bus diferentes.La de arriba es una parada en Kirchheim y la otra en Boxberg. Las dos paradas en Heidelberg.