Donnerstag, 17. August 2017

Un día después

Hoy comenzó el día con una tormenta que tamboreaba en las persianas afuera de mis ventanas. Todo estaba oscuro y daba un poco de miedo. Después ya poco a poco el día mostraba en rectángulos algunas luces, yo las buscaba sin embargo en triángulos acomodados de una estación de trenes. No sé porque tengo tanto cariño a las estaciones de trenes. Siempre busco en los perfectos rieles algo mágico, algo escondido y algo imperfecto, o perfecto, pero no originario de esos rieles. Antes, en cambio, me daban un poco de miedo las estaciones. Las asociaba con las películas donde los soldados se despedían, las creía como la estación de Chisináu donde de casualidad un día me equivoqué de habitación y entré a una habitación donde sólo había pantallitas que mostraban imágenes de diferentes sitios de la estación principal de trenes. Toda la tecnología que no tenía Chisináu en ese tiempo, hace más de 25 años se concentraba en ese cuarto de espionaje. Me dio miedo esa habitación, pensé que si me hubieran visto allí, hubieran creído que era una espía.
Y ya en el tren. Veo mis zapatos y veo los zapatos del vecino viajero. Me doy cuenta que mis zapatos están más viejos que los de ese hombre sin techo.Yo no me atrevo a tomar fotos a la gente, y con el teléfono tengo que disimular mucho, y me salen unas cosas muy raras y fuera de marco, además mi teléfono es muy malo, es nuevo, pero es muy malo para las fotos. A propósito todas estas fotos las tomé con mi roto teléfono. No lo rompí yo, lo rompió un amigo turco durante un ensayo de teatro. Fue de casualidad la caída estrepitosa de mi fono. Pero bueno, lo principal es contar y no tomar fotos, por lo menos en este instante, y yo ensayo en estos quehaceres. Continúo. En la estación de Heidelberg subió una señora con un gran remolque para las bicicletas. Pensé que su estrés llevaba el estrés de una madre con dos hijos, el remolque aquel era de verdad grande, pero después de haber instalado el remolque al lado del hombre de los paquetes celestes y zapatillas amarillas, me doy con la sorpresa que nadie lo habitaba. Pero después ya sentada ella, veo un perro que era tratado como su hijo, y además las conversaciones que se originaron por el perro eran amenas. Es interesante cuando la gente aquí, en Alemania, habla sobre sus perros. Bueno, continúo porque quiero hablar sobre mi paseo en tren.
 
Después, unos doce minutos después, después de haber subido con mi bicicleta, tenía yo que bajar en mi estación preferida, pero no sólo es mi estación preferida, en realidad es casi siempre mi estación de bajada porque mi boleto sólo suele valer hasta esa parada, la de Maimarkt, la de Mannheim ARENA. Tenía que haber bajado allí, pero el montón de bicicletas y el anterior remolque bloqueaban mi salida. En ese momento justo viene hacia mí, el controlador, iba muy rápido el hombre, y yo ya buscaba como excusa el bloqueo de las demás bicicletas hacia la mía , y quería decirle que ya estaba por bajar. No dije nada, sólo le mostré mi boleto, y entonces él me dice que tenía que comprar un boleto para dos zonas más. No pidió mis datos , no cobró ninguna multa. Se fue hacia adelante sin decir nada más.

Yo fui ese día a Mannheim para unos ensayos del grupo de teatro que dirijo, y nos fue bien, vimos diferentes  nuevos caminos, quiero decir, ideas, y además vino una participante más. Ya cansada me dirijí después de los ensayos a casa, y antes me había propuesto no detenerme hasta mi estación preferida, pero los colores en el puerto de Mannheim me dieron descanso, y con la cámara tomé estas dos fotos de arriba, una desde el otro lado del puente, y después más cerca al puerto. Bueno, aunque ese día de trenes no termina en un puerto como verán.
Al llegar a mi estación, tuve que esperar unos cuarenta minutos, casi nunca desespero en esta espera porque se me vienen muchas ideas y me vienen muchos recuerdos. Y a veces cuando hace frío me pongo a bailar, nunca hay nadie allí, por eso lo hago. No, no es cierto, sí están allí los obreros ferroviarios, pero bueno, que se rían si bailo, no me importa.  Este día, el día de las fotos de arriba, sin embargo había unas quince personas, lo que es raro en mi estación casi privada, particular, mía pues. Pero bueno, la compartí. Ya al subir al tren, al vagón en la sección de bicicletas, vi que casi no había sitio, sin embargo, pude estar al lado de mi bicicleta, sin peligro de caída en ese viaje. Casi al bajar se acerca un señor y me dice que no debería llevar la bolsa en la canasta de la bicicleta de la manera que yo la llevaba. Es decir sin que esté sujeta a nada, y que a él ya le habían robado.Tan atento el hombre.

Y cuando ya llegaba a casa, muy tarde, me dieron ganas de una cerveza, me creerán alcohólica. En Heidelberg, mejor dicho, en Baden Württemberg no se puede comprar una cerveza después de las diez de la noche. Pero ese día, mi suerte estaba de pie, el kiosko de abajo, del turco, estaba abierto, ya estaba él encadenando sus sillas y bancas, entonces le pregunté si me vendía una cerveza, me djo que sí, y ya casi me la iba a abrir, pero yo le dije que no tomaba en la calle. Aunque me moría de la sed. Y en eso, cuando instalo mis bolsas de compras, con la cerveza en ellas, se me cae hacia un lado la bolsa, y la chapa de la botella de cerveza se abre un poco, y la cerveza sale de su envase, y yo me aguanto hasta llegar a casa. Y llegando a casa destapo bien la botella, toco el pico de ésta, y un pedacito de vidrio deforma mi huella digital, me digo, ufff, qué alegría el no haber tomado esta cerveza en el camino a casa, pese a la sed. Pasé la cerveza por una coladera. Me salvé de un corte. Ese día sí que fue de sólo bondades.

Pero un día después, al día siguiente, un día de compras, mi día de compras, bajé la montaña a pie en busca de mi bicicleta, bicicleta de caminos al lado del Néckar y de muchos viajes en tren. Al ir a la ciudad por el monte todo iba bien, iba bien incluso en las tiendas, a las cuales voy sin mucha gana. Iba perfecto todo, tan perfecto que me encontré incluso un carrito de compras ante uno de los supermercados, no estaba en la fila de los carritos, no tuve que poner ninguna moneda de un euro. Esto hasta aquí fue la continuación del día anterior, pensé, pero me equivoqué.  Y me doy cuenta que la frase " man soll nicht den Tag nicht vor dem Abend loben" es cierta, y que uno no tiene que alabar el día antes de la noche. Y al terminar mis compras dejé el carrito delante del supermercado, donde se encontraba antes, dejé mis cosas en mi canasta de bicicletas, y de repente un joven muy guapo y alto me dice que ponga el carrito de compras donde tiene que ir. Yo me quedé primero callada, lo miré, y de allí le expliqué que yo dejaba el carrito allí porque allí lo encontré, y entonces él me dice de una manera tosca que pusiera el carrito donde normalmente va, y yo le dije que si quería tener un Premio Nobel de la Paz, y si quería mejorar el mundo de esa manera que lo haga, pero que me dejara en paz. Nunca había visto a un joven tan berrinchoso, normalmente son los viejos los que critican algo, pero esta vez fue él. Yo le dije que ya estaba acostumbrada a esos reclamos absurdos, y que ya vivo aquí hace rato. Y él me pregunta cómo qué aquí, y yo le digo , aquí, en Brasil, aquí en Cuba, aquí en Rusia, y me mira, y yo comienzo a hablar en ruso, y entonces decide irse. Y me dice : "Que tenga un buen día" y yo: ya me lo arruinaste tú, pedazo de...

Natalia Lévano Casas

Heidelberg, 5 de agosto de 2017.

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